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Sunday, June 7, 2015

Normal: Protocolo e interpretación


 por Patrícia Lluch, AIB
Intérprete de conferencia 
Máster en Protocolo y Relaciones Institucionales

Se me ha pedido que en este artículo de nuestro blog de AIB trate la relación entre protocolo e interpretación, por ser una relación no siempre fácil y para la cual sería provechoso que ambas partes tuvieran un conocimiento general del trabajo de la otra.

Si os parece, empezaremos por el principio y examinaremos brevemente los conceptos relativos al protocolo que convendría tener claros en este triángulo de protocolo - acto - intérprete.

Por un lado, el protocolo, en contra de la creencia general, no es una disciplina glamurosa que permita a los profesionales del sector ir de acto en acto, elegantes e ideales, codeándose con los poderosos y famosos.

Muy al contrario, el trabajo que les corresponde es minucioso, laborioso y -si todo va bien- a la sombra, punto este último en que coincide con el del intérprete. Si el profesional de protocolo sale en las noticias es que algo ha salido muy, muy mal: véase como ejemplo la metedura de pata de un funcionario de protocolo durante la visita de los entonces Príncipes de Asturias a Perú.

Los profesionales del protocolo, igual que los de la interpretación, dependen de que su cliente les ponga las cosas más o menos fáciles al hacer su trabajo: de nada sirve la mejor escaleta de protocolo del mundo (documento en que se describe el acto minuto a minuto, como quien dice) si después resulta que la autoridad de turno decide que, en vez de dedicar 15 min a una entrevista con el escritor X antes de pronunciar una conferencia en otro sitio, va a dedicarle 45 min porque le encantó su última novela. Y ahí se las den todas.

La consecuencia son coches bloqueando la calle, personal de seguridad nervioso, público impacientándose, canapés secándose (e intérpretes cuyo horario por contrato no se va a cumplir)... Por no hablar del daño que este tipo de comportamiento puede hacer a la imagen de la institución a la que representa la autoridad. Así las cosas, no es de extrañar que los profesionales de protocolo responsables del acto tengan los nervios a flor de piel.

Por otro lado, el concepto de protocolo se suele mezclar con el de ceremonial y el de etiqueta, que si bien es cierto que son afines, no son lo mismo: según Francisco López-Nieto ceremonial es una palabra cuyo uso es anterior al de la palabra protocolo (que no empezó a utilizarse hasta la segunda mitad del siglo XX) y que englobaría una “serie o conjunto de formalidades para cualquier acto público o solemne”.

El protocolo sería “el conjunto de normas – decreto o costumbre- establecidas para que se cumpla el ceremonial de los actos públicos organizados por el Estado o una entidad pública”.

Y la etiqueta correspondería “al ceremonial de los estilos, usos y costumbres que se deben observar y guardar en las casas reales y en actos públicos solemnes” y, por extensión, la “ceremonia en la manera de tratarse las personas particulares o en actos de la vida privada a diferencia de los usos de confianza o familiaridad”.

Por ejemplo, saber que en una boda a las doce del mediodía el novio no puede ir de smoking y que la única mujer, además de la novia, que puede ir de largo es la madre del novio, es una cuestión de etiqueta. Como también lo es saber que el chaqué es un traje de día, y que la pamela es un accesorio que no es necesario quitarse ni en la iglesia ni para comer. Con la salvedad de que el diámetro no debe superar el ancho de los hombros, a riesgo de correr a pamelazos a nuestros sufridos vecinos de mesa, claro...

En cambio, tocar a Isabel II es un error de protocolo.

 Así pues, en conclusión, lo que distingue al ceremonial y a la etiqueta del protocolo es que este está integrado por normas de obligatorio cumplimiento.

¿Y cuáles serían esas normas? Pues bien, hay dos tipos. Por una parte están las que tienen rango de ley, como pueden ser la Constitución y los Estatutos de Autonomía, entre otras; y por otra las que tienen carácter reglamentario, como el Real Decreto 2099/1983, por el cual se aprueba el Ordenamiento general de precedencias del Estado (¡importante!), u otras normas reglamentarias sobre tratamientos honoríficos, títulos nobiliarios y órdenes civiles y militares.

Valga decir que estas normas de protocolo solo son de aplicación en actos públicos oficiales, es decir, aquellos organizados por la Corona, el Gobierno del Estado, la Administración del Estado, las Comunidades Autónomas o las Administraciones locales.

En los actos de carácter privado o público no oficial (convenciones empresariales, desfiles de moda, bodas, actos deportivos, congresos, inauguraciones, festivales musicales, concesiones de premios etc.) se aplicará lisa y llanamente el principio de que quien organiza, manda.

Dicho esto, cuanto más formal sea el carácter de un acto privado o público no oficial, sobre todo si se invita a autoridades, más habrá que regirse por las normas del protocolo oficial. Por dos razones: una, porque, si invitamos a nuestro acto a una autoridad, es una cuestión de cortesía asignarle a ese invitado de honor un lugar preeminente; y dos, porque, si no lo hacemos, probablemente no vendrá y nos vamos a quedar sin el lustre y el eco mediático que nos habría dado su presencia (¡y sin el ROI!). Así pues, sea por cortesía, por interés o por ambas cosas, lo que acabaremos haciendo es aplicar la norma y colocar a nuestra/s autoridades invitadas en el lugar que según el ordenamiento de precedencias les corresponde y les cederemos la presidencia, la clausura del acto etc. 

 Este ejercicio de aplicación del ordenamiento de precedencias -que al fin y al cabo no es más que una lista numerada- puede parecer muy fácil, pero en ciertas situaciones puede resultar un terreno minado, dado que en el territorio de las comunidades autónomas se produce un conflicto entre la normativa protocolaria autonómica y la estatal.

Me explico: en caso de asistencia de autoridades del estado a un acto en el territorio de una comunidad autónoma tiene primacía la norma de rango superior, es decir, la estatal. Esto causa no pocas tensiones e incluso conflictos públicos que pueden ser aprovechados políticamente según las conveniencias de cada uno. Valga como botón de muestra el supuesto “plantón” de Artur Mas a la vicepresidenta del gobierno en un acto de Foment del Treball en 2013.                                 
  ¿Y el intérprete, qué lugar ocupa en todo este marasmo de precedencias y normas? Pues como es natural no ocupa absolutamente ninguno, dado que no ostenta cargo y por lo tanto no goza de ninguna precedencia. Normal.

Lo que ya no lo es tanto es que, si una autoridad tiene que estar acompañada de un intérprete porque es imprescindible para alcanzar el objetivo comunicativo del acto, el pobre colega tenga que abrirse paso a codazos entre una nube de acólitos para meterse en el ascensor con su cliente. O que tenga que jugarse el físico para poder coger el coche que sigue al de la autoridad. Y todo ello simplemente porque a alguien se le olvidó que habría un intérprete.

El intérprete es un profesional imprescindible en ese acto y como tal debería ser tenido en cuenta por los miembros de los departamentos de protocolo. No pedimos alfombras rojas, sino simplemente poder hacer nuestro trabajo sin más obstáculos de los necesarios. Normal.

Afortunadamente, también hay anécdotas simpáticas, como la que me contaba hace poco un querido colega del Parlamento Europeo, que trabajó para la Canciller Federal Angela Merkel en una cena. En el momento de sentarse a la mesa la Canciller le dijo jovialmente: “Venga, joven, venga aquí a mi lado, que yo a usted le necesito”.

A ojos de un profesional del protocolo, el mejor intérprete es aquél al que sólo se le ve (poquito) cuando está interpretando. El intérprete ideal es aquél que hace esto y además huye de las cámaras como de la peste. El peor intérprete es aquél que sale en la foto entre el anfitrión y el invitado, “¡patataaaa!”. Normal.

En resumidas cuentas, que como casi siempre en esta vida, con respeto, sentido común y buena disposición por parte de todos, las cosas salen bien. Normal.


Para quien quiera profundizar en el tema:

José Antonio de Urbina, 2001. El gran libro del protocolo. Temas de Hoy.
Francisco López-Nieto y Mallo, 2012. Honores y protocolo. Wolters Kluwer.
Tratamientos protocolarios en Cataluña:
Uso de banderas en Cataluña:
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