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Wednesday, August 7, 2019

Intererótica

Por Paula Santillán Grimm, intérprete freelance

Hacía meses que Cashida no interpretaba; mentira, había tenido algún encargo de interpretación de enlace y consecutiva, pero ella a esos encargos solía llamarlos interpretaciones de consuelo: lo que verdaderamente le ponía a Cashida era la simultánea.

Su combinación no era de las manidas; su temática de especialización, menos. Así que a veces entre encargo y encargo transcurrían meses. Justo como en esta ocasión.

La ola de calor que iba a azotar la ciudad esos dos días dispararía la temperatura de cabina por los cielos. Tal vez interpretar para 30 bomberos acerca de incendios y catástrofes naturales infundía cierto sarcasmo –¿y morbo?– a la tarea. Tal vez.

Como cualquier profesional del sector, en cada encargo Cashida ejecutaba ciertos rituales que nunca se saltaba: usaba sus propios cascos y un cojín para la silla; hojas recicladas; color negro para tomar notas; y, muy importante, apagaba esa lucecita que infundía al cubículo de operaciones cierto aire a quirófano.

Tan pronto como se calzó los cascos –auricular sí, auricular no–, Cashida intuyó que esa no sería una mera jornada más. Como intérprete todoterreno, estaba preparada para encajar cualquier input. Sin embargo, debía admitir que la inversa se le daba mejor para los trabajos con esa combinación lingüística.

Incluso los preliminares no fueron los de siempre. En aquella presentación de acto, cada palabra cobraba sentido; cada vocablo era sentido.

El proyecto para el que se pretendía recaudar fondos había sido engendrado durante meses, cuidado desde el minuto cero; pensado, ejecutado y superado en equipo. Era un proyecto mimado, y se notaba.

Cashida cogió el turno cuando ya había entrado en calor –y no precisamente en el de la cabina, que desde el inicio había hecho las veces de horno industrial–. La temperatura ascendía propiciada por alientos, sudores y gestos articulados al son de las manos de Alif, al son de las miradas entre Alif y Cashida...


Pero el calor que Cashida sentía no era solo físico; no se medía únicamente en grados ni se apagaba con el botellín de agua de rigor. Era un calor que brotaba de dentro hacia fuera… desde su estómago, ascendiendo por la laringe, la epiglotis (¡uysh, la epiglotis, qué estremecimiento!) y atravesando por su boca para finalmente aterrizar en el oído de todos y cada uno de los presentes, replicando de esta forma las vibraciones de lo que ese proyecto representaba para Alif, portavoz de la asociación marroquí Bila Hudud (Sin Fronteras)...


Y así, infiltrándose por el cable hasta Dios sabe qué recovecos del alma, Cashida logró alcanzar un clímax para ella inaudito después de tantos años de desesperante canalización mecanizada.