por Guiomar Stampa (AIB) y Aitor Martínez
Muchos socios de AIB creemos en la
importancia de una buena formación profesional antes de adentrarnos en el
oficio del intérprete de conferencias. De ahí que muchos de nosotros nos dediquemos a la formación en diferentes
universidades. Uno de nuestros alumnos, Aitor Martínez, terminó
con éxito en junio de 2016 el máster de Traducción, Interpretación y Estudios
Interculturales en la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB en la
especialidad de Interpretación de Conferencias.
¿Quién mejor para relatarnos sus impresiones? Aitor nos lo cuenta:
Llega
junio de 2011, se cierran actas, y cinco años de asignaturas más o menos
tediosas quedan coronados por una nota media ponderada, un súbito estado de
euforia, un par de resacas leves y unas inmensas ganas de comerse el mundo. Y
el manido «¿y ahora qué?» es el que se encarga de despertarme y
volver a ponerme los pies en el suelo, de dejarme en una suerte de «título en
mano y yo con estos pelos». Sin tener todavía un rumbo claro, para mí la
respuesta pasaba entonces por abandonar el refugio que representa la vida
académica y sus caminos pretrazados y lanzarme de lleno a buscar mi vocación en
un mercado laboral que, pese a todo, no pasaba por su momento más boyante.
Así, tras varias incursiones en Asia y varios trabajos dispares y
precarios que, pese a todo, me dieron ahorros y anécdotas suficientes como para
rellenar varias sobremesas familiares, volví a encontrar mi sitio —y, por
fortuna, la estabilidad—, en el mundo de la traducción. Ahora bien, el recuerdo
del micrófono y la cabina, explorados tímidamente en los tiempos de la
facultad, seguía vivo y dejándome un gusanillo que había que acabar matando
tarde o temprano, por lo que cursar el máster de Interpretación en mi antigua
facultad me parecía el siguiente paso más lógico.
He de decir que algunos conocidos «de cuyo nombre no quiero acordarme»
supieron de mis planes y, entre dimes y diretes, intentaron disuadirme. «Un
máster en Interpretación no sirve de nada, lo que hay que hacer es meterse en
cabina y practicar. Además los intérpretes allí se lo tienen muy creído y piden
condiciones imposibles. No tiene nada que ver con el mundo real» es el resumen
aproximado de todos los argumentos que me lanzaron. Pero yo, fiándome más de
antiguos profesores de la facultad y colegas con una trayectoria más que
destacable, me puse el mundo por montera y decidí hacer la preinscripción.
Ahora, una vez cursado el máster, valgan las siguientes líneas como respuesta a
los que quisieron convencerme de lo contrario:
«Un máster en Interpretación no
sirve de nada, lo que hay que hacer es meterse en cabina y practicar». Si hay
algo que me sorprendió gratamente del máster de Interpretación de la UAB fue su
enfoque eminentemente práctico. El hecho de contar con profesores que a la vez
son profesionales del sector nos alejó de disquisiciones teóricas estériles y,
ofreciéndonos las bases académicas mínimas sobre la profesión, nos permitió
aprender las técnicas de la interpretación de la manera más efectiva: mediante
la práctica. Y más práctica. Y más práctica. Además, el máster no deja de
proporcionar un entorno seguro en el que equivocarse, en el que hacer
preguntas, y, sobre todo, en el que recibir comentarios, críticas y consejos.
En este sentido, conviene remarcar que el número reducido de alumnos en el aula
nos permitió un asesoramiento continuo en el aprendizaje y la posibilidad de
practicar y ser escuchado y valorado en todas las clases. Habiendo dicho esto,
con toda sinceridad, la idea de lanzarse a la piscina en un entorno real sin la
formación adecuada, esperando a aprender por ciencia infusa —con las posibles
consecuencias en la calidad de la prestación y en la autoestima del valiente de
turno—, no deja de espeluznarme.
«Los intérpretes de esa casta se
lo tienen muy creído y piden condiciones imposibles». Más allá de las destrezas
y habilidades que se adquieren en el máster, algo que me parece todavía más
fundamental es el respeto por la profesión que se nos inculcó desde el primer
día. Y dicho respeto tiene dos implicaciones necesarias: por un lado,
considerar la importancia y el papel que desempeña la profesión implica que el alumno-intérprete
se exija unos mínimos de calidad. «No todo vale» creo recordar que fue una de
las frases más recurrentes en el aula, y esto se aplica tanto al contenido, al
que teníamos que ser fieles en todo momento, como a la forma, lo cual se
traducía en un especial mimo con nuestra lengua de llegada. En este sentido,
creo que todos los alumnos fuimos plenamente conscientes de lo que se esperaba
de nosotros como profesionales. Por otro lado, esta autoexigencia implica
también valorar la profesión, es decir, exigir unas condiciones de trabajo
mínimas y una remuneración digna que tenga en cuenta las horas de formación
—que, como pronto aprendimos, no se acaban tras los exámenes finales. Aquí
tampoco vale todo.
«No tiene nada que ver con el
mundo real». Obviamente resultaría irreal pensar que con una formación de uno o
dos años, uno está preparado para abordar cualquier situación como intérprete.
Creo que ni tan siquiera tras muchos años de experiencia. Cierto es que la
práctica hace al maestro y que el máster no es más que la piedra fundacional de
lo que puede convertirse en una carrera difícil pero gratificante. No obstante,
sirve para sentar las bases, las destrezas básicas de la profesión y la
resistencia psicológica intrínseca que se va labrando día tras día en el aula y
que nos prepara para afrontar una situación real y a la vez nos fuerza a asumir
que habrá momentos complicados y situaciones mejor o peor resueltas, pero que
los mínimos de calidad, como decía anteriormente, deben estar siempre
presentes. Y que, por
recurrir al tópico, the show must go on.
Pocas semanas después de finalizar
el máster —esta vez con una euforia mucho más desbordada que la de los tiempos
de la licenciatura— tuve la inmensa suerte de enfrentarme a mi primera
consecutiva real. Mi libreta fetiche, varios bolígrafos, muchas ideas sobre el
tema de la reunión, y la sala llena. Segundos antes de tomar el bolígrafo y
empezar a tomas notas, creía oír en mi cabeza la pregunta que una de nuestras
profesoras nos planteaba antes de cualquier consecutiva: «¿Qué vas a hacer?».
«Comunicar», me dije. Para lo que quizá no me había preparado el máster fue
para ver cómo el orador, presa del asombro, se dedicaba a fotografiar los
garabatos de mi libreta mientras yo pronunciaba mi prestación.