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Friday, November 6, 2015

Los idiomas y la saña



Intérprete de conferencia



¿Qué es mejor: exponerse al ridículo por no hablar inglés o hacer el ridículo por hablarlo mal? De un tiempo a esta parte, se estila mucho en las redes sociales y en los medios más convencionales burlarse de los políticos (entre ellos, tanto el actual presidente del Gobierno como el anterior) por no saber inglés y depender de los intérpretes en las reuniones internacionales. Por otra parte, también se hace mofa cuando el personaje en cuestión se esfuerza por usar el inglés y el resultado no es muy feliz (véase el famoso meme del relaxing cup of café con leche). A todo ello se suma el clamor público por los errores cometidos por intérpretes en situaciones de cierto relieve (los dos últimos casos, el de la intérprete profesional de Obama en su comparecencia ante la prensa con el Rey y el del posiblemente improvisado intérprete del partido Valencia-Gante).

La burla al cargo público por su desconocimiento del inglés me parece errónea y sumamente injusta, sobre todo si proviene de periodistas o comentaristas que escriben o hablan mal su propio idioma. Si un político es incompetente, ningún idioma extranjero del mundo remediará su incompetencia. Si es competente, del todo o a medias, y no está muy dotado para aprender idiomas, dudo que le compensen mucho las horas dedicadas a pasar de un nivel de inglés A1 o A2 (según el marco común europeo de referencia) a un nivel B1 o B2, ya que incluso con un nivel C2 se puede incurrir ocasionalmente en contrasentidos importantes sin percatarse de ello. ¿No sería preferible que dedicara su tiempo a mejorar sus habilidades en otras materias que le competen de forma directa?
En realidad, la persona sagaz con responsabilidades, incluso si tiene cierto dominio del idioma de su interlocutor, sabe hacer un uso inteligente de la interpretación, si dispone de ella: por una parte, puede hablar tranquilamente su propio idioma, con pleno dominio del mensaje, si se le brinda esa posibilidad; por otra parte, si la interpretación es en modalidad consecutiva, puede escuchar cómo se le interpreta y valorar la calidad, interviniendo tan solo si hay problemas. El intérprete profesional le proporciona algo más de tiempo para reaccionar y, a veces, la oportunidad de apreciar un matiz que se le había escapado al escuchar el discurso original.

En cambio, ¿qué se demuestra, exactamente, al no ponerse los auriculares cuando no se domina el idioma del interlocutor? Por lo general, una necia autosuficiencia. También se demuestra que la comunicación multilingüe no importa lo bastante como para recurrir a los profesionales de este tipo de comunicación, mientras que se suele recurrir sin tapujos a profesionales para redactar notas de prensa o discursos, incluso en la lengua propia. En la medida en que el orador tenga cierto poder, hará mejor en incidir en cómo se contrata a los intérpretes y con qué criterio.

En cuanto al intérprete, también es un ser humano y también puede equivocarse: es evidente. El buen profesional se diferencia del mediocre y del malo, entre otras cosas, por la menor frecuencia de sus equivocaciones (entre otras cosas, porque se prepara sistemáticamente, sin dar una reunión por poco importante o por ser, supuestamente, «fácil»); además, comete poquísimos errores graves y suele percatarse de ellos a tiempo para corregirlos, a ser posible de forma discreta, para que el oyente pueda seguir centrado en el discurso. Aun así, un error en una situación pública que dura dos minutos puede borrar de un plumazo toda una carrera de interpretación de calidad.

En todo caso, si falla el intérprete, no es culpa del orador por no hablar idiomas, aunque alguna vez sí por no darle los medios necesarios para hacer bien su trabajo. Así, el orador avezado procura asegurarse de que el intérprete reciba su discurso con antelación, si lo va a leer, o proporciona al intérprete material para prepararse antes de enfrentarse a una rueda de prensa. Si el orador es un político inteligente, compartirá con su intérprete el mismo dossier que le han recopilado sus asesores, ya que el intérprete está obligado al secreto profesional.

Por su parte, el organizador competente de ruedas de prensa evita recurrir a estudiantes a medio formar o a conocidos «con idiomas» y también vela por que los medios técnicos, la ubicación del intérprete y la documentación sean adecuados. Cuando se cumplen todas estas condiciones, el intérprete profesional asume su responsabilidad por los errores cometidos; cuando no se cumplen, solo puede asumir la parte que le corresponda (y que, desde fuera, puede ser muy difícil de valorar).

Por último, y volviendo al orador, cuando éste solo posee un dominio limitado del idioma de sus interlocutores le conviene mucho dejarse asesorar por alguien que domine la lengua, el tema y el tipo de reunión: un asesor receptivo con visión crítica suficiente como para ayudarle a adaptar el discurso a su capacidad de expresión real, rehuyendo tanto el perfeccionismo como el histrionismo o el “todo vale”. Un asesor que le recuerde que, si en la reunión hay intérpretes (aunque no vayan a trabajar a partir del idioma del orador), conviene facilitarles la tarea de trasladar su discurso a todas las personas que desean escucharlo.