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Tuesday, December 19, 2017

El diablo está en los detalles

Por Pilar García-Crecente, AIB

Que los intérpretes tenemos que estar preparados para cualquier imprevisto ya nos lo advirtió Cristina con sus sabios consejos "decálogo de consejos para el intérprete". Pero hay imprevistos que no lo son tanto y que hacen que el profesional más avezado se sienta en terreno resbaladizo.

Me refiero a esos días en que, después de haber estudiado todas las artes de pesca minuciosamente y los animalillos marinos de tal o cual zona, te atascas con la tramontana, el levante o el gregal, que son el paisaje de quienes te escuchan. O cuando en un seminario sobre una herramienta informática la dificultad estriba en dar con padrón de habitantes, censo o pleno municipal porque resulta que la audiencia está repleta de técnicos de las administraciones locales.

Los intérpretes pretendemos pasar desapercibidos, transformarnos cual camaleones y que la forma en que nos expresamos resulte familiar y reconocible para nuestros oyentes; por eso, además de mantener lubricados nuestros idiomas de trabajo, nos preparamos exhaustivamente para una conferencia, pero ¡el diablo está en los detalles!

Hace pocos días me tocó en suerte la llamada de un cliente habitual que patrocinaba una conferencia muy poco habitual para ellos. A priori, pan comido; un par de horas, como mucho tres, en las que iba a haber interpretación simultánea para cerrar un par de jornadas de trabajo.

La única documentación disponible era el orden del día, en el que aparecía la palabra Euro, que en sí es tranquilizadora porque nos hinchamos a hacer reuniones de economía y finanzas. Ya resultó algo más inquietante, es verdad, lo de “historia monetaria” … Cuando nos pusimos a buscar en internet los nombres de los expertos que aparecían en el escuálido programa, nos encontramos con que eran verdaderas eminencias cuyas publicaciones profundizaban una en el denario romano, otra en los dineros de Carlomagno, en el florín, el ducado o el real de a ocho pasando por los pesos, aleaciones, leyes y paridades diversas a lo largo de toda la historia europea.

¡El susto fue mayúsculo! Para un experto en la circulación monetaria de la Edad Media (pongamos por caso), el contexto histórico, los reyes, la heráldica o la geografía son un paisaje habitual y reconocible que mencionará con naturalidad e inaudita rapidez. ¡Ahí precisamente iba a radicar la dificultad!

Así que las dos intérpretes empezamos a tirar del hilo y a adentrarnos en la inmensidad de ese mundo terminológico de condados, monedas, heráldica, materiales, paridades, pesos y medidas, rutas comerciales y hasta nombres de buques hundidos y piratas. Los artículos publicados por nuestros numismáticos, que encontramos gracias a plataformas como https://www.academia.edu/, nos sumergieron en un contexto plagado de sustantivos con un equivalente estupendo en español y que había que manejar con naturalidad.

Lo de menos fue acostumbrarnos a decir con toda naturalidad ceca cuando hablaban del atelier. Lo complicado fue que Thibaud II tenía que pasar a ser Teobaldo II con toda naturalidad (reconozco que era la primera vez que lo oía mencionar) y Thibaut le Chansonnier era Teobaldo el Trovador y ¡no el del cancionero ni el que cantaba!

Y así llegamos a Pipino el Breve, a Carlos el Calvo, a que Henri le Maladif era Enrique el Doliente y a Felipe el Hermoso, que por cierto ¡no es tan evidente que Philippe le Beau y él fuesen la misma persona y a no confundir con el otro Philippe le Bel! Y, francamente, yo no reconozco en Jacques I d’Aragon a nuestro Jaime I.

Además, la moneda se acuña, se labra, se bate, y en la ceca se usaban cuños, troqueles y ¡sufrideras! Y como quien no quiere la cosa, iban saliendo pueblos, aldeas, minas, ríos, cruzados y cruzadas y cetros o lanzas en los más recónditos vericuetos de la historia y la geografía del momento; todo ello atestado de múltiples latinajos que un solo curso de latín no ayuda a desentrañar…

¡Me parecieron eternos los segundos que tardé en emparejar Il Santo Volto con la Santa Faz y no con la santa cara!

Nuestro oyente debe percibir un lenguaje, una terminología, que reconoce y le resulta familiar para así prestar atención a lo que realmente le importa; por eso los intérpretes pasamos mucho tiempo leyendo y escuchando todo cuanto podemos, por eso nos volvemos locos pidiendo documentación para prepararnos. Debe de resultar sumamente incómodo estar escuchando a un intérprete que pasa de puntillas por los aledaños de su campo de especialización provocándole, como poco, una sonrisa benevolente con sus deslices.

¡No creo que los expertos de nuestra conferencia puedan imaginar la cantidad de horas que hicieron falta para preparar aquellas 2 horitas de reunión!