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Wednesday, July 8, 2015

La Ventana Discreta

Por Lourdes Ramírez, AIB
Intérprete de conferencia



Uno de los principales alicientes de nuestra profesión, en su versión free-lance, es la gran variedad que caracteriza nuestro trabajo.

La variedad de los temas tratados es infinita y nos permite profundizar nuestros conocimientos o aprender sobre muchas materias nuevas antes (en la preparación previa imprescindible) y durante la conferencia. De los derechos de propiedad intelectual a las máquinas de soldadura industrial, de las altas finanzas a la cocina de altos vuelos, del control integrado de plagas al psicoanálisis, pasando por el gas natural licuado, la interpretación del derecho comunitario, el cambio climático o la cirugía mínimamente invasiva, por citar sólo algunos. Casi imposible caer en la rutina y además resulta muy enriquecedor.

También es enorme la diversidad de lugares en que se desarrollan las reuniones o eventos con interpretación. Puede ser un resort muy exótico pero también un anodino salón de hotel, un hemiciclo parlamentario, el aula magna de una universidad, la sala de audiencia de un tribunal, la flamante sede de una multinacional o de un banco, auditorios de palacios de congresos a veces muy modernos y otras vetustos, edificios emblemáticos de una ciudad o, cada vez más, espacios singulares como fábricas reconvertidas, museos, restaurantes y un largo etcétera.

Pero, sobre todo, los protagonistas de los diferentes actos en que trabajamos son de lo más variopinto. Como dijo Maria Pearce en este mismo blog, al interpretarles nos metemos en su piel, nos convertimos en su alter ego para transmitir con la máxima fidelidad el mensaje. Luego, cuando es el turno de nuestro colega y a la vez que seguimos el hilo de la reunión, resulta muy interesante observar desde la cabina, que suele pasar totalmente desapercibida, cómo son esos oradores, la repercusión que tienen sus palabras y gestos en los que les escuchan y también ver cómo interactúan con los demás participantes, personas con profesiones, trayectorias y caracteres tan dispares en las situaciones más diversas.

Puede tratarse de un alcalde o autoridades varias inaugurando un simposio internacional de prestigio para la ciudad anfitriona; eminentes científicos resumiendo en 20 minutos el fruto de años de investigación ante la flor y nata de su gremio en el congreso de turno; jefes de Estado o de Gobierno pronunciando un discurso formal en la sesión plenaria de un organismo internacional; funcionarios delegados a una cumbre negociando, ya de madrugada, hasta la última coma de las conclusiones que se publicarán por la mañana; mediáticos gurús del marketing poniendo en práctica sobre el escenario sus innovadoras técnicas de venta en una mega-convención; artistas de la farándula desplegando sus encantos en galas de entrega de premios; la cúpula en pleno de un gran banco exponiendo los resultados del ejercicio ante la Asamblea General de Accionistas; políticos más o menos conocidos respondiendo a incisivas preguntas de periodistas en una rueda de prensa; escritoras militantes presentando sus libros y defendiendo sus tesis en una feria del libro feminista; abnegados cooperantes o dirigentes de ONGs denunciando la injusticia y las atrocidades vividas en el Tercer Mundo; hábiles letrados intentando convencer a jueces de la validez de sus argumentos en su alegato final; profesores eméritos recibiendo honores al final de su dilatada carrera académica; frustrados dirigentes sindicales pugnando sin éxito por obtener más información de sus directivos en un Comité de Empresa Europeo; reputados cocineros demostrando ante un público entregado su habilidad con las espumas y el soplete... imposible aburrirse.

No todas las reuniones son igual de amenas ni todos los protagonistas dejan huella. Pero algunos dejan una huella indeleble. A mí, el orador que más me ha impactado fue Nelson Mandela. En el año 1990, antes de ser elegido Presidente, recibió en Estrasburgo el Premio Sájarov del Parlamento Europeo a la Libertad de Pensamiento por su lucha contra el apartheid. Además de dirigirse al pleno en sesión solemne, fue invitado a participar en la reunión de una comisión parlamentaria. Tratándose de una persona de cierta edad que había pasado 27 años en la cárcel en condiciones muy duras, sorprendió a muchos ver entrar por la puerta a un hombre alto, erguido, con paso firme y amplia sonrisa. Su discurso, breve, fue pronunciado con absoluta convicción: había que pasar página, mirar al futuro, reconciliarse. Nada de victimismo, rencor, ni venganza. Construir un país unido con esfuerzo, ilusión y optimismo. Sudáfrica tenía la oportunidad de cambiar las cosas y las cosas cambiarían a mejor sin ningún lugar a dudas. Llamaban la atención sus sorprendentes dotes de comunicación (en alguien que había pasado tanto tiempo aislado del mundo, incluso incomunicado), su talante jovial y optimista, su energía, su plena confianza en el éxito, su enorme carisma. Recuerdo como si fuera ayer la sorpresa y la admiración reflejada en todas las caras, intérpretes incluidos, al final de su intervención. También el silencio que precedió a la larga ovación, con sus señorías puestas en pie.


Un verdadero privilegio poder vivir, desde nuestra ventana discreta, ocasiones memorables como ésta que nos brinda de vez en cuando nuestra profesión.



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