Por Lourdes Ramírez, AIB
Intérprete de conferencia
Intérprete de conferencia
Uno
de los principales alicientes de nuestra profesión, en su versión free-lance,
es la gran variedad que caracteriza nuestro trabajo.
La
variedad de los temas tratados es
infinita y nos permite profundizar nuestros conocimientos o aprender sobre
muchas materias nuevas antes (en la preparación previa imprescindible) y
durante la conferencia. De los derechos de propiedad intelectual a las máquinas
de soldadura industrial, de las altas finanzas a la cocina de altos vuelos, del
control integrado de plagas al psicoanálisis, pasando por el gas natural
licuado, la interpretación del derecho comunitario, el cambio climático o la
cirugía mínimamente invasiva, por citar sólo algunos. Casi imposible caer en la
rutina y además resulta muy enriquecedor.
También
es enorme la diversidad de lugares
en que se desarrollan las reuniones o eventos con interpretación. Puede ser un resort
muy exótico pero también un anodino salón de hotel, un hemiciclo
parlamentario, el aula magna de una universidad, la sala de audiencia de un
tribunal, la flamante sede de una multinacional o de un banco, auditorios de
palacios de congresos a veces muy modernos y otras vetustos, edificios
emblemáticos de una ciudad o, cada vez más, espacios singulares como fábricas
reconvertidas, museos, restaurantes y un largo etcétera.
Pero,
sobre todo, los protagonistas de los
diferentes actos en que trabajamos son
de lo más variopinto. Como dijo Maria Pearce en este mismo blog, al
interpretarles nos metemos en su piel, nos convertimos en su alter ego para
transmitir con la máxima fidelidad el mensaje. Luego, cuando es el turno de
nuestro colega y a la vez que seguimos el hilo de la reunión, resulta muy
interesante observar desde la cabina, que suele pasar totalmente desapercibida,
cómo son esos oradores, la repercusión que tienen sus palabras y gestos en los
que les escuchan y también ver cómo interactúan con los demás participantes,
personas con profesiones, trayectorias y caracteres tan dispares en las
situaciones más diversas.
Puede
tratarse de un alcalde o autoridades varias inaugurando un simposio
internacional de prestigio para la ciudad anfitriona; eminentes científicos
resumiendo en 20 minutos el fruto de años de investigación ante la flor y nata
de su gremio en el congreso de turno; jefes de Estado o de Gobierno
pronunciando un discurso formal en la sesión plenaria de un organismo
internacional; funcionarios delegados a una cumbre negociando, ya de madrugada,
hasta la última coma de las conclusiones que se publicarán por la mañana;
mediáticos gurús del marketing poniendo en práctica sobre el escenario
sus innovadoras técnicas de venta en una mega-convención; artistas de la
farándula desplegando sus encantos en galas de entrega de premios; la cúpula en
pleno de un gran banco exponiendo los resultados del ejercicio ante la Asamblea
General de Accionistas; políticos más o menos conocidos respondiendo a
incisivas preguntas de periodistas en una rueda de prensa; escritoras
militantes presentando sus libros y defendiendo sus tesis en una feria del
libro feminista; abnegados cooperantes o dirigentes de ONGs denunciando la
injusticia y las atrocidades vividas en el Tercer Mundo; hábiles letrados
intentando convencer a jueces de la validez de sus argumentos en su alegato
final; profesores eméritos recibiendo honores al final de su dilatada carrera
académica; frustrados dirigentes sindicales pugnando sin éxito por obtener más
información de sus directivos en un Comité de Empresa Europeo; reputados
cocineros demostrando ante un público entregado su habilidad con las espumas y
el soplete... imposible aburrirse.
No
todas las reuniones son igual de amenas ni todos los protagonistas dejan huella. Pero algunos dejan una huella
indeleble. A mí, el orador que más me ha impactado fue Nelson Mandela. En el año 1990, antes de ser elegido Presidente,
recibió en Estrasburgo el Premio Sájarov del Parlamento Europeo a la Libertad
de Pensamiento por su lucha contra el apartheid. Además de dirigirse al
pleno en sesión solemne, fue invitado a participar en la reunión de una
comisión parlamentaria. Tratándose de una persona de cierta edad que había
pasado 27 años en la cárcel en condiciones muy duras,
sorprendió a muchos ver entrar por la puerta a un hombre alto, erguido, con
paso firme y amplia sonrisa. Su discurso, breve, fue pronunciado con absoluta
convicción: había que pasar página, mirar al futuro, reconciliarse. Nada de
victimismo, rencor, ni venganza. Construir un país unido con esfuerzo, ilusión
y optimismo. Sudáfrica tenía la oportunidad de cambiar las cosas y las cosas
cambiarían a mejor sin ningún lugar a dudas. Llamaban la atención sus
sorprendentes dotes de comunicación (en alguien que había pasado tanto tiempo
aislado del mundo, incluso incomunicado), su talante jovial y optimista, su
energía, su plena confianza en el éxito, su enorme carisma. Recuerdo como si
fuera ayer la sorpresa y la admiración reflejada en todas las caras,
intérpretes incluidos, al final de su intervención. También el silencio que
precedió a la larga ovación, con sus señorías puestas en pie.
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