Intérprete de conferencia
¿Qué es mejor: exponerse al ridículo por
no hablar inglés o hacer el ridículo por hablarlo mal? De un tiempo a esta
parte, se estila mucho en las redes sociales y en los medios más convencionales
burlarse de los políticos (entre ellos, tanto el actual presidente del Gobierno
como el anterior) por no saber inglés y depender de los intérpretes en las
reuniones internacionales. Por otra parte, también se hace mofa cuando el
personaje en cuestión se esfuerza por usar el inglés y el resultado no es muy
feliz (véase el famoso meme del relaxing cup of café con leche). A todo
ello se suma el clamor público por los errores cometidos por intérpretes en
situaciones de cierto relieve (los dos últimos casos, el de la intérprete profesional de Obama en su
comparecencia ante la prensa con el Rey y el del posiblemente improvisado intérprete del partido Valencia-Gante).
La burla al cargo público por su
desconocimiento del inglés me parece errónea y sumamente injusta, sobre todo si
proviene de periodistas o comentaristas que escriben o hablan mal su propio idioma. Si un político es incompetente, ningún
idioma extranjero del mundo remediará su incompetencia. Si es competente, del
todo o a medias, y no está muy dotado para aprender idiomas, dudo que le
compensen mucho las horas dedicadas a pasar de un nivel de inglés A1 o A2
(según el marco común europeo de referencia) a un nivel B1 o B2, ya que incluso con
un nivel C2 se puede incurrir ocasionalmente en contrasentidos importantes sin
percatarse de ello. ¿No sería preferible que dedicara su tiempo a mejorar sus
habilidades en otras materias que le competen de forma directa?
En realidad, la persona sagaz con
responsabilidades, incluso si tiene cierto dominio del idioma de su
interlocutor, sabe hacer un uso inteligente de la interpretación, si dispone de
ella: por una parte, puede hablar tranquilamente su propio idioma, con pleno
dominio del mensaje, si se le brinda esa posibilidad; por otra parte, si la
interpretación es en modalidad consecutiva, puede escuchar cómo se le interpreta y
valorar la calidad, interviniendo tan solo si hay problemas. El intérprete
profesional le proporciona algo más de tiempo para reaccionar y, a veces, la
oportunidad de apreciar un matiz que se le había escapado al escuchar el
discurso original.
En cambio, ¿qué se demuestra, exactamente,
al no ponerse los auriculares cuando no se domina el idioma del interlocutor?
Por lo general, una necia autosuficiencia. También se demuestra que la
comunicación multilingüe no importa lo bastante como para recurrir a los profesionales
de este tipo de comunicación, mientras que se suele recurrir sin tapujos a
profesionales para redactar notas de prensa o discursos, incluso en la lengua
propia. En la medida en que el orador
tenga cierto poder, hará mejor en incidir en cómo se contrata a los intérpretes
y con qué criterio.
En cuanto al intérprete, también es un ser
humano y también puede equivocarse: es evidente. El buen profesional se
diferencia del mediocre y del malo, entre otras cosas, por la menor frecuencia
de sus equivocaciones (entre otras cosas, porque se prepara sistemáticamente,
sin dar una reunión por poco importante o por ser, supuestamente, «fácil»);
además, comete poquísimos errores graves y suele percatarse de
ellos a tiempo para corregirlos, a ser posible de forma discreta, para que el oyente pueda seguir centrado en el discurso.
Aun así, un error en una situación pública que dura dos minutos puede borrar de
un plumazo toda una carrera de interpretación de calidad.
En todo caso, si falla el intérprete, no es
culpa del orador por no hablar idiomas, aunque alguna vez sí por no darle los
medios necesarios para hacer bien su trabajo. Así, el orador avezado procura
asegurarse de que el intérprete reciba su discurso con antelación, si lo va a
leer, o proporciona al intérprete material para prepararse antes de enfrentarse
a una rueda de prensa. Si el orador es un político inteligente, compartirá con su
intérprete el mismo dossier que le han recopilado sus asesores, ya que el
intérprete está obligado al secreto profesional.
Por su parte, el organizador competente de
ruedas de prensa evita recurrir a estudiantes a medio formar o a conocidos «con
idiomas» y también vela por que los medios técnicos, la ubicación del
intérprete y la documentación sean adecuados. Cuando se cumplen todas estas
condiciones, el intérprete profesional asume su responsabilidad por los errores
cometidos; cuando no se cumplen, solo puede asumir la parte que le corresponda
(y que, desde fuera, puede ser muy difícil de valorar).
Por último, y volviendo al orador, cuando
éste solo posee un dominio limitado del idioma de sus interlocutores le
conviene mucho dejarse asesorar por alguien que domine la lengua, el tema y el
tipo de reunión: un asesor receptivo con visión crítica suficiente como para
ayudarle a adaptar el discurso a su capacidad de expresión real, rehuyendo
tanto el perfeccionismo como el histrionismo o el “todo vale”. Un asesor que le
recuerde que, si en la reunión hay intérpretes (aunque no vayan a trabajar a
partir del idioma del orador), conviene facilitarles la tarea de trasladar su
discurso a todas las personas que desean escucharlo.
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