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Thursday, January 7, 2016

Fiel compañero de fatigas

Intérprete de conferencia




Por fin se han apagado las luces. Ahora reinan el silencio y la oscuridad. La tarde ha sido intensa. La actividad empezó por la mañana pero tengo la sensación de que hasta por la tarde no han aflorado las emociones más profundas. La tensión ha ido en aumento rápidamente y no ha cesado hasta el final.

Ahora que la sala se ha vaciado y tampoco queda nadie en los pasillos, miro a mi alrededor y observo los restos de una contienda que ha sido dura a ratos: papeles llenos de garabatos, vasos y tazas de café medio vacías, documentos doblados y desordenados… y miles de sílabas descompuestas, flotando en el aire o hacinadas en la mesa y en el suelo. Sílabas que formaron parte de palabras breves y extensas, duras o llenas de emoción, ligeras o impronunciables. Todas ellas, sílabas elaboradas y escogidas en medio de una concentración máxima, nunca pronunciadas al azar. Yo las he recogido todas con sumo esmero: aquellas pronunciadas con contundencia y claridad pero también aquellas otras apenas perceptibles. Y ahora ahí están, concentradas en un espacio reducido, descansando después del gran esfuerzo y acompañándome en mi soledad, ayudándome a recordar el día. Mañana ellas se ha habrán desvanecido del todo.

Hoy ha sido un día especial porque todos han querido sincerarse a través de mí y he vuelto a comprobar que los intérpretes no son simples autómatas sin corazón dedicados a transmitir información. Hoy, por primera vez, he visto asomar lágrimas a los ojos de mi intérprete cuando describía la trágica huida de los refugiados en pateras por el Mediterráneo, pero también la indignación al tener que reproducir que lo único que buscan estas personas es enriquecerse en nuestros países y que, por ello, había que construir muros y vallas para impedirles llegar hasta nosotros.

Igual que yo, mis intérpretes no se pueden permitir mostrar sus emociones cuando trabajan, pero eso no significa que no las tengan. Para desahogarse, me silencian de vez en cuando y dejan escapar parte de su tristeza, rabia o impotencia mediante palabras o frases que no quiero ni debo reproducir aquí. Al igual que ellos, sé muy bien cuál es mi función y no los traicionaría nunca. Sus secretos están en buenas manos y ellos lo saben. Somos buenos compañeros de trabajo y nos complementamos. El uno sin el otro no seríamos nada en una cabina.

A veces las prisas, el cansancio o el estrés impiden que la compenetración sea siempre perfecta pero en general nos entendemos bien. Tenemos un código compuesto de botones y de luces que solo entendemos nosotros. Somos conscientes de la importancia de que nada salga fuera de la sala una vez terminada la reunión pero también de la discreción necesaria dentro de una cabina.

Me siento privilegiado porque solo yo soy capaz de percatarme de sus distintas facetas, de conocer sus vidas, de oír sus opiniones sobre lo que está pasando en la sala y de reconocer esas emociones que tan bien saben ocultar a su público.

Ahora toca descansar. La jornada ha sido agotadora y mañana por la mañana vendrá el técnico para comprobar que mi botón y mi luz roja funcionan bien. Probablemente me tocará volver a soltar obviedades como el típico “uno, dos, tres, probando, probando” o el “sí va, sí va, haciendo pruebas”. Menos mal que después llegarán mis intérpretes un día más y volverán a darle sentido a mi vida.

Os quiere vuestro compañero y amigo… el micrófono.

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