Intérprete de conferencia
Por fin se han apagado las luces. Ahora reinan
el silencio y la oscuridad. La tarde ha sido intensa. La actividad empezó por
la mañana pero tengo la sensación de que hasta por la tarde no han aflorado las
emociones más profundas. La tensión ha ido en aumento rápidamente y no ha
cesado hasta el final.
Ahora que la sala se ha vaciado y tampoco
queda nadie en los pasillos, miro a mi alrededor y observo los restos de una
contienda que ha sido dura a ratos: papeles llenos de garabatos, vasos y tazas
de café medio vacías, documentos doblados y desordenados… y miles de sílabas
descompuestas, flotando en el aire o hacinadas en la mesa y en el suelo.
Sílabas que formaron parte de palabras breves y extensas, duras o llenas de
emoción, ligeras o impronunciables. Todas ellas, sílabas elaboradas y escogidas
en medio de una concentración máxima, nunca pronunciadas al azar. Yo las he
recogido todas con sumo esmero: aquellas pronunciadas con contundencia y
claridad pero también aquellas otras apenas perceptibles. Y ahora ahí están,
concentradas en un espacio reducido, descansando después del gran esfuerzo y
acompañándome en mi soledad, ayudándome a recordar el día. Mañana ellas se ha
habrán desvanecido del todo.
Hoy ha sido un día especial porque todos han
querido sincerarse a través de mí y he vuelto a comprobar que los intérpretes
no son simples autómatas sin corazón dedicados a transmitir información. Hoy,
por primera vez, he visto asomar lágrimas a los ojos de mi intérprete cuando
describía la trágica huida de los refugiados en pateras por el Mediterráneo,
pero también la indignación al tener que reproducir que lo único que buscan
estas personas es enriquecerse en nuestros países y que, por ello, había que
construir muros y vallas para impedirles llegar hasta nosotros.
Igual que yo, mis intérpretes no se pueden
permitir mostrar sus emociones cuando trabajan, pero eso no significa que no
las tengan. Para desahogarse, me silencian de vez en cuando y dejan escapar
parte de su tristeza, rabia o impotencia mediante palabras o frases que no
quiero ni debo reproducir aquí. Al igual que ellos, sé muy bien cuál es mi
función y no los traicionaría nunca. Sus secretos están en buenas manos y ellos
lo saben. Somos buenos compañeros de trabajo y nos complementamos. El uno sin
el otro no seríamos nada en una cabina.
A veces las prisas, el cansancio o el estrés
impiden que la compenetración sea siempre perfecta pero en general nos
entendemos bien. Tenemos un código compuesto de botones y de luces que solo
entendemos nosotros. Somos conscientes de la importancia de que nada salga
fuera de la sala una vez terminada la reunión pero también de la discreción
necesaria dentro de una cabina.
Me siento privilegiado porque solo yo soy
capaz de percatarme de sus distintas facetas, de conocer sus vidas, de oír sus
opiniones sobre lo que está pasando en la sala y de reconocer esas emociones
que tan bien saben ocultar a su público.
Ahora toca descansar. La jornada ha sido
agotadora y mañana por la mañana vendrá el técnico para comprobar que mi botón
y mi luz roja funcionan bien. Probablemente me tocará volver a soltar
obviedades como el típico “uno, dos, tres, probando, probando” o el “sí va, sí
va, haciendo pruebas”. Menos mal que después llegarán mis intérpretes un día
más y volverán a darle sentido a mi vida.
Os quiere vuestro compañero y amigo… el
micrófono.
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