Por Lourdes de Rioja, intérprete
La
interpretación de conferencias está rodeada de cierta nostalgia; como toda
disciplina moderna cuyos orígenes se remontan a un puñado de generaciones,
tiende a obsesionarse con su pasado, con aquellos momentos históricos en los
que el intérprete fue clave.
Hoy en día muchos profesionales
siguen aferrados a ese pasado, tendiendo a olvidar el medio siglo que ha pasado
desde entonces. Todo ello a pesar de que ya no se hace política como entonces y
ni líderes ni necesidades son iguales. La interpretación de conferencias se ha
profesionalizado: más lenguas, más foros, más escuelas de interpretación, más
tecnología, más de todo. Ha llovido mucho, y no a gusto de todos, desde Núremberg.
Estos
nuevos tiempos plantean necesariamente un examen de la profesión porque los
intérpretes, formados para trabajar bajo un alto grado de presión, y con mayor
nivel de exigencia, tienen difícil encaje fuera de su entorno laboral natural.
Por ello, hablar de presente, y mucho más de futuro, resulta difícil pero
prioritario. ¿Ha muerto la interpretación? ¿Existe un futuro? ¿Para qué
estudiar esta disciplina en la actualidad? Estas son algunas de las preguntas
que ahora flotan en el ambiente porque nadie pensó que este futuro laboral
llegaría tan rápido. Y sí, ese futuro ha llegado para muchos marcado por la
crisis, el intrusismo, la precariedad, el exceso de profesionales capacitados y
cualificados o la muerte del multilingüismo entre otros males.
Por eso es
necesario plantearse las preguntas existenciales: ¿hay futuro?, y de ser así,
¿para quién? No creo que esa pregunta tenga una única respuesta; los perfiles,
caracteres, destrezas personales o espíritu empresarial marcarán la diferencia,
pero sí creo que hay futuro para la interpretación de conferencias, un futuro
diferente, eso sí, en el que cada uno tendrá que jugar todas sus bazas y
diversificar. Sólo así el mercado, cada vez más dinámico, flexible y
competitivo, nos aceptará.
La clave
de esa diversificación a mi entender está en atreverse a “pensar diferente”, a
ser creativo utilizando todas las herramientas que ya dominamos y que hoy, en
un mundo marcado por la comunicación y la tecnología, son fundamentales. Perseverar,
probar y fracasar, probar y acertar son la clave. Pretender mantener las
fórmulas que funcionaban hace décadas y no adelantarnos a los cambios,
intuyéndolos, viendo las necesidades que no paran de surgir, sólo llevará a la
frustración y el fracaso. Todos podemos reorientar nuestras carreras con
salidas tan, o más, gratificantes que nuestro trabajo actual, al que pueden
sumarse sin que este se pierda. Ser un intérprete 4.0.
Si, por
tanto, existe un futuro, pendiente de una reorientación profesional, ¿podemos
decir lo mismo de las escuelas de interpretación? Una vez más la respuesta
depende de las expectativas. Hoy en día ninguna formación asegura el puesto de
trabajo inmediato, en eso los alumnos de interpretación no son diferentes a los
de arquitectura o filosofía, por ejemplo, y esas facultades están tan llenas
como las nuestras. Probablemente, la clave está en los alumnos de hoy, mucho
mejor informados y versátiles que sus predecesores, alumnos que escogen sus
estudios por gustos o intereses personales, a sabiendas de cuál será el mercado
laboral que encontrarán. Estudian lo que les llena a pesar de ser conscientes
del futuro profesional incierto que les espera. Es el “flechazo”, o el reto
intelectual, lo que les mueve. Disfrutan, y sufren con lo que estudian porque
la satisfacción de una consecutiva bien hecha, en el entorno laboral o
académico, sigue siendo tan gratificante hoy como hace cuarenta años. El
mercado, y lo que traiga, es algo que sólo se plantea más adelante.
Quizá ese sea el mejor enfoque, el disfrutar
de lo que hacemos mientras lo hacemos porque así es como surgen las ideas, y
por ende las oportunidades. No nos dejemos atenazar por un futuro que siempre
será incierto y atrevámonos a probar, y probar.