por Cristina Amils, AIB
Con la llegada a nuestras vidas de la interpretación remota durante este último año, hay un término que ha vuelto a surgir con fuerza: el de trauma acústico o shock acústico. Todos sabemos más o menos que es una dolencia del oído provocada por la exposición a un ruido fuerte y repentino que debemos evitar a toda costa, ya que puede suponer el fin de nuestra carrera de intérpretes o, como mínimo, nos puede causar muchas molestias y dificultades para trabajar. Pero, ¿realmente sabemos qué es, cómo funciona, cómo se puede prevenir?
Confieso que hasta hoy sabía muy poco del tema y esto me ha impulsado a indagar en el complejo ámbito del sistema auditivo. He aquí un resumen sencillo en cuatro puntos que nos puede ayudar a entender mejor lo que manejamos cada día.
¿QUÉ ES?
Para saber en qué consiste un traumatismo acústico, primero debemos visualizar el órgano en el que se produce, el oído.
El oído consta de tres partes: el oído externo, el oído medio y el oído interno.
Las ondas sonoras llegan a nuestro pabellón auditivo (oído externo), que las capta y las dirige automáticamente hacia el oído medio a través del conducto auditivo. El sonido llega hasta el tímpano (una fina membrana de tejido que forma parte del oído medio) y hasta tres huesos minúsculos, llamados "cadena de huesecillos". El tímpano empieza a vibrar con el sonido y los huesecillos amplifican estas vibraciones para poder transmitirlas al oído interno.
El sonido llega al oído interno, que contiene la cóclea, un órgano en forma de caracol, repleto de líquido y recubierto por cuatro filas de minúsculas células ciliadas. Estas se dividen entre células ciliadas internas y externas. Las internas están conectadas con el nervio auditivo y envían la información directamente al cerebro, mientras que las externas juegan un papel de filtro modulador del sonido. Cuando la vibración de la membrana llega a la cóclea, avanza por el líquido y activa las células ciliadas, que traducen la vibración en impulsos nerviosos eléctricos. El nervio acústico las recoge, las transmite al cerebro y este, a su vez, interpreta el sonido.
Así de fácil y así de complejo. Mientras el sonido que llega al oído se mantenga en unos rangos "normales", la cóclea podrá realizar su función sin alteraciones, pero en cuanto la intensidad del ruido supere el umbral aceptable (140dB), empezarán las lesiones y las molestias debido a una presión acústica excesiva y al impacto de la energía cinética de la onda sonora en el oído medio e interno.
Cuando la pérdida auditiva se produce por un ruido fuerte, único y agudo, de corta duración, hablamos de trauma acústico. Cuando la pérdida auditiva no es repentina, sino que se debe a una exposición crónica a ruidos con intensidades superiores a 80 dB, hablamos de hipoacusia neurosensorial o profesional. En la profesión del intérprete se pueden dar y se dan ambos fenómenos, puesto que estamos expuestos de forma "crónica" a ruidos canalizados directamente a nuestro pabellón auditivo, pero también corremos el riesgo de recibir un impacto sonoro agudo y repentino.
Resumiendo, podríamos decir que en ambos casos el órgano que más sufre es la cóclea y, en concreto, las células ciliadas. La media de células ciliadas que poseemos cuando nacemos es de 15 000 en cada oído, pero estas se van deteriorando con el paso del tiempo y, sobre todo, por la exposición al ruido. El número de células ciliadas queda fijado de forma precoz durante la gestación y no se regenera.
También pueden sufrir lesiones otras partes del oído, como el tímpano, los huesecillos o la cóclea, pero esto ya sería material para un tratado sobre otología.
SÍNTOMAS
Los síntomas causados por un trauma acústico son muchos y variados. Las lesiones provocadas por un impacto sonoro excesivo pueden ser temporales o permanentes, según la cantidad de energía que haya penetrado en el oído interno.
He aquí una lista de los síntomas más destacados:
- Pérdida de audición: es el síntoma prevalente en este tipo de lesiones y resulta en una menor percepción de los sonidos de baja frecuencia y en la distorsión de los sonidos de alta frecuencia.
- Tinnitus o acúfenos: sonidos que percibe nuestro cerebro, pero que no proceden de ninguna fuente externa y que pueden ser constantes en caso de traumatismo acústico agudo.
- Dolor en la zona de los oídos, dolor de cabeza, dolor mandibular y de cuello.
- Hipersensibilidad al sonido.
- Náuseas y vómitos.
- Problemas de equilibrio y de estabilidad.
- Ansiedad y cansancio
DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO
El especialista deberá examinar al paciente y determinar las lesiones. Esto se puede conseguir mediante un examen físico del oído, en el que se comprobará el estado del tímpano.
Pero la mejor herramienta para la evaluación de un posible trauma es la audiometría, una prueba funcional que permite determinar la capacidad auditiva y evaluar la captación y la interpretación de los sonidos en distintas frecuencias. Para ello, se utiliza un audiómetro, que emite los sonidos que el paciente recibe a través de unos auriculares. Puede recibir el sonido a través de los auriculares, lo que provocará una vibración en el tímpano y la transmisión del sonido a través de la cadena de huesecillos, hasta llegar a la cóclea. Pero también se utiliza un vibrador, aplicado directamente en el hueso temporal, para estimular directamente los líquidos y la cóclea, sin pasar por el tímpano.
La buena noticia es que, en la mayoría de los pacientes, los síntomas de un trauma acústico agudo remiten en cuestión de horas o en un par de días, pero el daño causado en el oído es irreversible. Por ello, se considera que no existe un tratamiento como tal. Algunos especialistas optan por un tratamiento farmacológico en casos graves de trauma auditivo y acúfenos (esteroides, corticoides, ansiolíticos, vasodilatadores etc.), acompañados de otros tratamientos como terapias sonoras (de reentrenamiento acústico), oxígeno hiperbárico, estimulación magnética transcraneal y muchos otros. A menudo, los pacientes con acúfenos necesitan también tratamiento psicoemocional o terapia cognitivo-conductual, en los que se aborda sobre todo el componente psicológico.
Otro recurso importante en el caso de hipoacusia aguda (pérdida de audición) o de tinnitus es el uso de audífonos para intentar minimizar el impacto de la pérdida auditiva.
PREVENCIÓN
Como ya he dicho, de hecho, no existe un tratamiento eficaz que ponga remedio a las secuelas de un trauma acústico agudo o crónico. Algunos especialistas opinan que el único tratamiento posible es una buena prevención. En realidad, todos sabemos en qué consiste la prevención, que básicamente se reduce a evitar la exposición a fuentes de ruido permanentes o agudas. Todos sabemos que vivimos en un mundo ruidoso y que, en la medida de lo posible, debemos evitar escuchar música con el volumen muy alto, alejarnos de percutores, taladros y máquinas varias que provocan un ruido infernal, ser cuidadosos cuando se presenten catarros o infecciones del oído, usar tapones cuando nos bañemos, etc.
Pero también podemos adoptar ciertas medidas preventivas en nuestra profesión de intérpretes. AIIC y los especialistas consultados en un proyecto de investigación realizado sobre este tema en 2019/2020 recomiendan lo siguiente:
- Llevar a cabo una labor pedagógica entre los participantes de una conferencia para que aprendan a utilizar "bien" los micrófonos para evitar lesiones.
- Explicar a técnicos e intérpretes por igual cómo utilizar correctamente el equipo de audio para prevenir incidentes acústicos.
- El intérprete debería recurrir siempre a auriculares con un mecanismo de protección auditiva incorporado o, en su ausencia, a dispositivos o adaptadores limitadores de sonido.
- Los intérpretes deberían realizar una audiometría cada año para poder evaluar de forma regular su capacidad auditiva.
Me permito añadir un consejo de cosecha propia, que no supone un gran descubrimiento y que no tiene que ver con los traumas acústicos agudos sino más bien con el cuidado y la prevención de la sordera en general: cuando estemos trabajando, intentemos mantener el volumen de nuestros auriculares al mínimo. Parece una obviedad, pero me he dado cuenta de que el volumen de nuestros auriculares aumenta proporcionalmente a la dificultad del input que recibimos. En lugar de permitir que la complejidad nos estrese y nos desborde, deberíamos respirar hondo durante unas décimas de segundo, relajarnos un poco, bajar el volumen y seguir con la máxima serenidad posible. Le haremos un favor a nuestro cerebro y a nuestros oídos. Y, de paso, rebajaremos presión sobre nuestras cuerdas vocales, que tampoco está mal. ¡Seguro que nuestros oyentes también nos lo agradecerán!