Por Mary Fons, AIB
Ante un orador que opta por recitar una poesía, una opción es callar, apagar el micrófono y que se escuche la poesía en su lengua original, disfrutando del sonido: al fin y al cabo, la poesía existe por su sonoridad. A modo de ejemplo, escuchemos, sin leer los subtítulos (en inglés), esta recitación del Kalevala.
Otra opción es parafrasear, glosar o resumir el texto: es lo más adecuado si el poema es conocido (como los monólogos más famosos de Calderón o de Shakespeare) o si vemos que el texto resulta fácilmente comprensible (nada de gongorismos, por favor).
Una tercera solución es limitarse a indicar el tema de la composición, si lo identificamos rápidamente, y, de nuevo, apagar el micrófono y dejar que se oiga el original: una solución si el poema es demasiado complejo como para andar descifrándolo in situ y que nos permite no dejar demasiado descolgado a nuestro público. Recuerdo una reunión cuyo sobrio presidente se sintió inspirado por la fecha (un 21 de marzo) para recitar este poema de Wordsworth sobre la primavera.
(No puedo más que señalar que, si bien los sistemas ISO de interpretación simultánea automáticamente permiten escuchar el original si no está encendido el canal de interpretación seleccionado por el oyente, algunas soluciones adoptadas para la interpretación remota no ofrecen esa posibilidad, por lo que el oyente no oiría más que silencio.)
Como cuarta opción, si sabemos de antemano que se va a leer o recitar un poema famoso o de un autor conocido, a veces, si nos da tiempo, buscamos traducciones ya publicadas, como también hacemos con las lecturas bíblicas (o coránicas, o de otros cánones religiosos extensamente traducidos).
Por último, a veces, si no encontramos una buena traducción, a algunos, por pura diversión, nos da por preparar una traducción propia. Hace poco opté por esa solución con una poesía famosísima en su tierra de origen. Por desgracia, al final no hubo interpretación simultánea en esa cena de gala y me quedé compuesta y sin recital, pero les adelanto que próximamente, en este mismo blog, publicaremos el resultado de esa preparación.
Termino, porque sí, con un precioso poema de François Villon, la Ballade des pendus.