Por Pilar García Crecente, AIB
¿Os cuesta la vuelta al trabajo tras las vacaciones estivales? ¿Habéis notado alguna diferencia entre el retorno antes de la dichosa pandemia y ahora? A mí me está costando quizá más que el verano pasado. Me cuesta concentrarme, me noto cansada y algo falta de energía, leo hasta altas horas porque me cuesta conciliar el sueño, tengo la sensación de que este arranque de otoño, que se presenta movidito, ¡se me hace cuesta arriba!
Yo no sé si estoy sufriendo el llamado síndrome o estrés postvacacional o si lo que tengo es cansancio consecuencia de la pandemia, la verdad.
Leyendo sobre esta cuestión, me he encontrado con un consejo de la psicóloga Mireia Navarro en que nos dice: fíjate en lo bueno, te sentirás afortunado por lo que ya tienes y centrará tu mente en lo positivo. Desde luego puede ayudar, porque efectivamente cuantas más vueltas le damos a nuestros sentimientos negativos peor nos sentimos, así que ¡a quitar de en medio el mal rollo! y a llenar la mente de lo bueno que sí tenemos.
Antes, en los viejos tiempos no creo haber tenido nunca el llamado síndrome o estrés postvacacional, en realidad regresaba a un ritmo de vida que me encantaba, a una profesión que me apasionaba y no me costaba nada reincorporarme. Vuelta a comprar billetes, a reservar hoteles y hacer maletas, vuelta a estudiar y a preparar reuniones y vuelta ilusionada a coincidir con los compañeros en cenas estupendas después del trabajo, y vuelta a las clases y a una nueva promoción de jóvenes estudiantes ansiosos por conocer la interpretación. Mi adaptación solía ser rápida y feliz, o así la recuerdo ahora…
Y después llegó la pandemia….
El final del verano de 2020, en plena pandemia, tras un durísimo confinamiento, traía consigo la gran pregunta de ¿Seguirá el parón? ¿Acabará de una vez esta situación, ya no debería prolongarse mucho más…? ¿Trabajaremos algo? ¿Cuánto podremos aguantar? Nos daba igual cómo, ¡necesitábamos trabajar como fuese! Así que el alivio fue enorme cuando constatamos que toda la preparación y aprendizaje al que nos dedicamos en los arduos meses de sequía extrema daban sus frutos. Nuestros estimados y fieles clientes confiaron en nosotros y en la tecnología, y juntos nos pusimos en marcha para hacer de las reuniones en línea nuestro pan de cada día. Y así pudimos ir enderezando nuestras cuentas bancarias mínimamente y seguir pagando la hipoteca o el alquiler.
El final de este verano de 2021 ha venido acompañado del hartazgo: ¡esta historia de la COVID 19 no se acaba nunca! Las medidas cambian de un día para otro, viajar no se parece a lo que era, tenemos unas ganas inmensas de ver a los compañeros y a la vez sentimos inquietud y nos preguntamos si nos sentiremos seguros o no en un congreso con multitud de gente o incluso en un avión… Reina cierta incertidumbre ¿no?
Incertidumbre porque el cliente no acaba de saber si su reunión podrá ser presencial, si a los intérpretes nos quiere in situ o no, porque ya vemos la luz al final del túnel pero no nos atrevemos a creérnoslo y, en mi caso, cierto desasosiego porque no tengo claro si me apetece viajar o no, si depende del destino o de la duración del contrato, ¿cambiarán las medidas mientras estoy de viaje? ¿Y si me encuentro mal por allá y tengo que quedarme? Ansío recuperar el terreno conocido pero a la vez me embarga la inquietud porque lo percibo incierto.
No estoy sola, afortunadamente parece que no me pasa solo a mí, mal de muchos… Si alguno de vosotros también se ve reflejado en lo que cuento, a ver si poniendo en práctica algunos consejos de los que nos proporciona el Colegio de Psicología de Madrid al final de este
artículo conseguimos estar al cien por cien cuanto antes.
¡Feliz otoño!
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