Specialists in oral translation services

Thursday, September 19, 2024

De la Docencia y la Obsolescencia

Por Aitor Martínez, autor invitado por Edwina Mumbrú, AIB

El pasado junio, con el correspondiente brindis con las colegas, puse punto final a mi etapa como docente de interpretación en la Universitat Autònoma de Barcelona, alma mater que en su día también fue testigo de mis correrías como estudiante con más pretensiones que ahínco, todo hay que decirlo. Al impartir docencia en el Grado de Traducción e Interpretación, era más que consciente de que el 90 % del alumnado que pasaría por mi clase iba a preferir el supuesto sosiego de los encargos de traducción —ay, amigas, esos encargos urgentes que a fuerza de repetirse tanto dejan de serlo— al frenetismo mental del micrófono encendido en cabina. Así pues, ya desde el principio me propuse que, más allá de conocer los rudimentos del oficio, pudieran llevarse consigo competencias que les sirvieran para otros menesteres profesionales, y muy especialmente, la riqueza lingüística y la expresión en castellano —si algún antiguo estudiante está leyendo esto, le pido perdón por esos incesantes «bien, pero ahora me lo dices de otra manera» y que sepa que, si en algún momento le dije «y ahora me lo dices de dos o tres maneras distintas» no fue con ánimo de torturar sino porque le vi madera—.

En ese trabajo de expresión, uno de los aspectos más interesantes para mí como docente fue el ir constatando, curso tras curso, cómo se confirmaba esa máxima que sostiene cualquier lingüista que se precie, que es que la lengua es un ente vivo en constante evolución. En ese castellano de mis estudiantes observé ciertos fenómenos que se repetían de forma medianamente sistemática y que paso a sintetizar a continuación a sabiendas de que, en la mayoría de los casos, tampoco estaré descubriendo nada nuevo a quien lea esta entrada.

En primer lugar, como no podía ser de otra manera, hay que hablar de esa infiltración insidiosa del inglés, tanto en forma de palabrejas como de calcos sibilinos de expresiones y estructuras. Me sigue maravillando cómo muchos de mis estudiantes me contaban que les resultaba mucho más natural decir tips que consejos, como si lo segundo tuviese un aire poco menos que galdosiano. Y en lo que respecta a las expresiones calcadas, confieso que mis réplicas siempre iban cargadas con su poquito de socarronería, ciñéndome al sentido literal de las palabras para evidenciar precisamente su sinsentido: si un alumno se me disculpaba por no haber podido «atender en clase» le ofrecía amablemente consejos (o tips, claro) para mejorar la atención y si otra señalaba que el que acababa de intervenir «tenía un punto», yo le animaba, como buena trotaconventos, a pedirle directamente el teléfono.

Merece también mención el tema del tratamiento. Entre los más jóvenes, veo cómo se pierde incluso la capacidad de conjugar los verbos de usted, lo cual tampoco sorprende a nadie y resulta hasta excusable teniendo en cuenta la relajación progresiva de las jerarquías sociales y las correspondientes fórmulas de respeto a la que hemos asistido en las últimas décadas. Eso sí, lo que más me tuvo siempre con la mosca detrás de la oreja fue ver cómo, en los ejercicios de clase, la fórmula predilecta de tratamiento en los discursos era el  —«si vas a Londres podrás ver…», «lo que tienes que hacer para dormir bien es…»—. Más allá de la cuestión de la formalidad y de la extrañeza que me genera en un contexto comunicativo como es la interpretación de conferencias, donde solemos estar ante un público tirando a nutrido, me intriga saber las causas de esa elección prácticamente automática. Me atrevo a pensar que, de nuevo, puede ser un calco del inglés y de ese fantástico you que tan bien funciona para dirigirse a todo el mundo y a nadie en particular, o si, rizando un poco más el rizo, se debe a que gran parte de los productos audiovisuales que consumimos hoy en día están pensados de tú a tú como ese vídeo en que el tiktoker o youtuber de turno nos explica desde cómo combinar la ropa hasta cómo estirar bien los isquios.

Por último, recuerdo que, en una ocasión, mi gusto por los modismos y el lenguaje colorido —y mi insistencia un tanto machacona en que los usaran en sus discursos— llevó a uno de mis alumnos a decirme que es que yo «hablaba viejo». Yo, desde luego, sigo en mis trece, pensando que sí, que podemos ayudarnos pero también podemos echarnos un cable, que algo puede ser muy divertido pero también la mar de ídem, y que sí, que todos nos hemos visto en situaciones peores, pero lo de que en peores garitas hemos hecho guardia como que tiene otro tono —créditos de esta última perla para la Kika de Almodóvar—. 

Como respuesta a toda esta retahíla de pensamientos y observaciones, no puedo sino volver a echar mano de esos lingüistas que nos repiten como un mantra que la lengua la hacemos los hablantes y que cada generación acaba imponiendo criterio sobre lo que es pasajero, lo que permanece y lo que es mejor desechar por incómodo, por complejo o por no adaptarse a los tiempos. Y si, como el planeta, la lengua no deja de ser un bien común, propiedad de todos y de nadie, me pregunto con qué arrestos me atrevo yo a censurar ese «tener un punto» cuando se tiene razón, si acabaremos «atendiendo» a una exposición de arte igual que ahora nos «empoderamos» sin pestañear, y me pregunto si, cuando peine canas, en alguna reunión de alto nivel sobre cómo reducir las desigualdades, acabaré yo también teniendo que hablar de los tips para lograrlo.

2 comments:

Cristina said...

¡Brillante! Muchas gracias, Aitor, coincido en absolutamente todo. Estoy segura de que los estudiantes de tus clases han aprendido mucho más de lo que ahora creen. Nunca está de más hablar "bonito" y lo de que suena "viejo" no es más que una impresión subjetiva ;-)

Mary F said...

¡Excelentes observaciones! Confieso que, a base de oír ciertas cosas, las acabo diciendo yo también, al menos al conversar con gente joven, pero al formar intérpretes hay que enseñarles a tener recursos, a entender expresiones que no son de su generación pero tampoco decimonónicas y a dominar distintos registros y situaciones comunicativas. ¡No todos los contratos van a ser congresos de skaters o de influencers!